Chile: un paraíso posible, 1era Parte
- Eduardo Arosemena

- 5 oct
- 6 Min. de lectura

Luego de tres semanas viajando entre Chile y Argentina, en el avión de regreso a Puerto Rico venía pensando esencialmente tres cosas sobre el país de Pablo Neruda, uno de mis escritores de cabecera. No necesariamente en este orden, pero me repetía una y otra vez: 1. Por qué esperé tanto para venir, 2. Cuándo podré regresar y 3. Qué mal vendedores son los chilenos. Esto último lo digo, con enorme respeto, porque me parece no saben del todo bien el tesoro que tienen por país. No solamente en vino. En todo.
Chile es, en cierto sentido, una isla que anida entre el Océano Pacífico y la Cordillera de los Andes. Siendo el país más largo del mundo y, a su vez, siendo el vino un alimento que encuentra la plenitud de su misterio en la diversidad de microclimas en el que se puede producir con resultados diferentes, Chile es, lo que para un pintor sería, un enorme lienzo en blanco. Como país productor tiene todo y en abundancia en lo que respecta a suelos, uvas y estilos de vino.
Nos hospedamos en un hotel que les recomiendo a ojo cerrado: el Bidasoa en la Avenida Vitacura. Desde que uno llega percibe algo distinto, familiar y cercano, antiguo y moderno. El hotel huele a pomelo por motivo de una fragancia única que es símbolo de la casa, tan bueno que un representante de una bodega que me vino a visitar se compró la fragancia para llevarla a su casa. Como leen, es tan cautivadora que el hotel la vende al público.
Estuvimos muy poco en Santiago, pero lo suficiente para atestiguar una ciudad moderna, limpia y ordenada. La Cordillera como compás y telón de fondo le da a la capital chilena un aire ancestral y místico. Uno imagina a los antiguos pobladores del lugar, antes de la conquista, circundando por los picos helados de las montañas mirando, incrédulos, la modernidad desde un más allá que se se siente cercano. Uno siente que los Mapuches todavía están allí, en el hielo, vigentes y vigilantes.
A mi llegada, al cabo de dormir un par de horas quedé con mi amigo Miguel Oqueli, importante comunicador del vino para almorzar en un lugar cercano a mi hotel. Comimos bien, pero los vinos se robaron la jornada. Un Chardonnay que no le envidia nada a un Chablis Grand Cru y un Carmenere monumental que reafirma que estos vinos se paran al lado de los mejores tintos del mundo. Si tienen la oportunidad, prueben el Chardonnay Tamara de Viña Sierras de Bella Vista, un tesoro. Miguel, a quien invito sigan en VINTERRA, me convidó un Alka Carmenere 2016 del proyecto de Francois Lurton. Redondo, potente, equilibrado, jugoso y carnoso sin caer en la tentación de la sobre maduración. El proverbial puño de hierro en un guante de seda. Vean aquí mi charla con Miguel en un restaurante que deben poner en su lista de lugares a visitar.
También aproveché este viaje para conocerme en persona con una de las más respetadas sumilleres de Chile y quien marca tendencia en las redes sociales: Jocelyn García, a quien invito conozcan en este enlace. La Jo, como todo el mundo le llama, me llevó a descubrir uno de los mejores restaurantes de Santiago: Casa Las Cujas. Allí, conocí a Max Raide, su co-propietario, quien combina a la perfección la locura del arte siempre esquivo de la gastronomía que desea diferenciarse y la racionalidad de un ejecutivo que tiene que pagar cuentas y cuadrar presupuestos. Parte Gustavo Cerati, parte Gordon Gekko, Max es todo un personaje. No pudo ser más generoso conmigo, al igual que su hermano Juan Pablo quien vino hasta nuestra mesa a explicarnos todo, hablando de cada plato como quien te habla de un libro que le ha cambiado la vida. La comida, fuera de serie. Los vinos a esa misma altura. Jo me convidó un delicioso espumoso para comenzar, Azur del Valle de Limarí, y luego dos vinos maravillosos del proyecto Clos du Lican: un blanco de la uva Viognier y un tinto de Garnacha, Carignan y Mourvedre. De partidas limitadas y muy difíciles de conseguir fuera de Chile, fue todo un privilegio para mi disfrutar estos vinos de altísima costura vinística. Conozcan un poco más de mi amiga Jocelyn en este enlace.
Cierro esta primera parte del recorrido por Chile con dos descubrimientos inolvidables. Dos enólogos que, aparte de ser personas cálidas y geniales, creen firmemente en el potencial de su patria para brindarle al mundo los principales tesoros de su telúrico y fértil terruño. Me refiero a los amigos José Pablo Martín Vergara y Felipe García Reyes. Alquimistas del suelo, sastres de la uva. Hacen con la vid lo que Roberto Bolaño hacía con la palabra.
José Pablo me invitó a cenar a uno de los mejores restaurantes que visitamos en nuestro viaje: La Mesa, muy cerca del hotel Bidasoa. Justamente mi amiga Jo me recomendó probar los vinos de JP Wines como parte de una revolución vinícola que se está llevando a cabo en el "Norte Verde" de Chile. Quedé enamorado de la precisión, el equilibrio y la enorme versatilidad gastronómica de estos vinos. Todos me gustaron, pero dos me robaron el corazón: el De Mai Chardonnay, entallado, sápido, crocante, cítrico, salino, mineral, jugoso y fresco, perfilado y redondo. Un vino de contrastes: potencia de suelo más que de fruta, un tambor que suena como un piano. La razón que no grita, sino la razón que convence como decía Luis Ferré. Un vino que no tiene defectos, que es otra manera de decir que es un vino perfecto. Otro que jamás olvidaré es el Rumay Syrah, repleto de carnes secas, aceitunas, brasas, anisado, pimienta, hierro y sal. Un vino rústico, pero tan educado, casi como el personaje de las películas que es hijo del servicio y termina superando en educación, profundidad intelectual y éxito a los hijos de los dueños de la casa. En una cata a ciegas este vino no le envidia nada a un vino de alta alcurnia del Norte del Ródano. Acá pueden ver una nota corta con JP. Para profundizar un poco más sobre estos vinos inefables pero reales, accede a este enlace y síguenos en el podcast.
El otro enólogo que deseo presentarles es el travieso y simpático Felipe García Reyes, cariñosamente conocido por todos como "el pelado". Llegué a él por intervención de Ricardo Grellet, de quien les comentaré al cierre de esta nota. Felipe llegó al Bidasoa para hacer una entrevista que puedes escuchar en este enlace de mi podcast. Charlamos de MOVI, una entidad que agrupa a viñateros independientes de Chile que están produciendo unos vinos repletos de carácter y personalidad con enormes sacrificios personales y económicos. Alejados de grandes capitales empresariales, se puede decir que hacen vino por amor al arte y por una correcta noción de que su patria tiene unos suelos únicos para producir uvas y, consecuentemente, vinos de extraordinaria calidad. El pelado me dio a probar unos vinos con etiquetas coloridas, divertidos pero muy serios. Decir que son afrancesados sería un insulto porque son, sin duda alguna, orgullosamente chilenos. Lo que quiero decir es que dichos vinos viven en mi recuerdo como vinos minerales, austeros, terrosos, perfilados, frescos cuando tienen que serlo y potentes cuando la fruta y el clima así lo ordenan, sin caer en el exceso de la sobre maduración. Todos los vinos me parecieron maravillosos, pero el que me robó el corazón fue el de la uva País, hecho en Itata. Mucho había leído de esta uva y su historia ligada a la conquista española y al orgullo chileno de vinificar, todavía en este presente que parece ser gobernado por las ventas, una uva que podría decirse no es muy comercial. Creo esa es la meta y el alma de MOVI y de esos quijotes chilenos que saben que la magia del vino está en la identidad incorruptible de lo que uno es partiendo del lugar de donde vino. Entren acá para que conozcan sobre esta maravilla de vino que tiene un precio promedio en Chile de alrededor de $15.
Tras diez días en Mendoza, lo que les contaré en una nota posterior, en mi penúltima noche en el país, finalmente me conocí en persona con un sumiller a quien venía siguiendo hace años mediante las redes y que es un comunicador innato. Con porte de galán de telenovela y un verbo fluido de poeta que colecciona auroras, llegó hasta el Bidasoa el incomparable Ricardo Grellet, a quien pueden conocer mediante la plataforma de los Juegos del Sommelier en este enlace. Charlamos por más de una hora en lo que ha sido para mi una de mis entrevistas más divertidas. La sentí como una charla de dos mentes inquietas que adoran el vino y, a su vez, se regocijan con la posibilidad de conectar con otros loquitos que van por el mundo recorriendo viñedos con asombro y agradecimiento. Ricardo es de esas personas que se abren inmediatamente y te hacen sentir como si las conocieras de toda la vida. No tiene filtros, tampoco maquillaje. Lo que te dice lo ha vivido y te va enseñando sin hacerte sentir que sabe más que tú, aunque sea verdad. Tiene el don del intelecto rústico, como el de esos viejos del campo que se levantan a hacer su propio pan mientras el gallo canta y sabe más de la vida que cualquier político que desvaría en la televisión. Entra en este enlace para escuchar nuestra picante conversa. Si te interesa tomar los cursos con Ricardo para aprender de vino, entra a este enlace de Primarioed.

En una futura nota les contaré sobre las bodegas que visité en este maravilloso país que añoro volver a pisar pronto.
¡Salud y dale share!
Eduardo Arosemena Muñoz






























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